viernes, 7 de febrero de 2014

En recuerdo de Maurino


RECORDANDO A MAURINO


     En el lugar del cielo reservado para los artistas estoy seguro que Maurino ya está felizmente instalado y que habrá montado un taller de instrumentos de música y otro de tallas, y que algo estará ahora inventando.
     Así lo conocí, con los ojos deslumbrados de los doce años, cuando por algún arcano secreto disfrutaba del cobijo y el calor de la estufa del taller del tío Virutas en numerosas tardes de frío de aquellos inviernos remotos en los que acrecenté mi arsenal de armas de madera y fantasía. 
     En aquellos tiempos Maurino estaba de vuelta de su estancia en Barcelona y ejercía, en el pueblo, su profesión de bastante más que carpintero, pues desarrollaba con brillantez labores de alta ebanistería. Porque el joven maestro de la madera estaba dotado de grandes cualidades artísticas e inquietudes culturales que llevaba adelante con éxito. Recuerdo los cursos por correspondencia que seguía con CEAC donde enviaba trabajos para su calificación, y de ellos, especialmente, sus láminas con ejercicios impecables de rotulación industrial. Recuerdo sus magníficas tallas de arabescos en madera de haya para cabeceros de camas, armarios y mesillas. Recuerdo cómo discurrió métodos para trabajar en serie cuando se construyó la bodega cooperativa. Recuerdo sus libros de teatro de piezas clásicas que leía con pasión, y que había representado junto a otros actores locales.
     Pero lo que más valoro, en este rápido recordatorio de sus méritos, es la pericia en la fabricación de instrumentos musicales donde parecía que no existieran secretos para él, y donde nada se le ponía por delante. Le vi fabricar bandurrias y laúdes –al mismo nivel de perfección, o más,  que las que se vendían en los comercios del ramo– que sonaban como los ángeles, y tocar con rigor piezas de rondalla, sólo y con un grupo de amigos y músicos populares. Le vi construir un violín, y tocar con él melodías reconocibles. No le vi construir sus famosas dulzainas, pero alguna tarde de verano, de no hace tantos años, escuché cómo tocaba para mí una jota castellana.
     En fin, que Maurino fue, para mí, un artista consumado al que le quiero mostrar mi admiración y mi respeto a la vez que dedicarle una sencilla oración. Seguro estoy que ya cuentan con él –cuando para afinar, cuando para tocar– en los conciertos que organizan los arcángeles y serafines en los incomparables escenarios de las estrellas.

SANTIAGO IZQUIERDO
izquierdosan@gmail.com